Escribo porque me llena el alma –y a veces me la vacía. Porque me ayuda a ordenar mis pensamientos y a alborotar mi mente. Porque siento el impulso –aun cuando no tengo ganas. Porque si no escribo me siento perdida y cuando escribo me encuentro. Porque con las palabras alimento esperanza y siento paz. Porque la vida es bella y no puedo resistir la tentación de eternizar algunos momentos. Porque cuando escribo, rio, lloro, perdono, vivo, agradezco y amo más. Porque aunque no siempre logre entenderla, me ayuda a aceptar la vida tal como es.
A veces me pierdo en la olla de arañas peludas que son las palabras y me dejo intimidar por la lengua del crítico interno que siempre espera algo perfecto desde el principio, desde que trazo el primer rasgo de la primera letra –como si la ‘a’ fuera más perfecta que la ‘z’ –y me pregunto qué importancia puede tener lo que escribo y para quién; si de verdad habrá quien lo lee, de principio a fin; si habrá quien cada mes espere con anhelo a que salga la nueva edición de esta publicación periódica para leer lo que yo haya escrito; quien coleccione mis columnas o quien las asimile; quien las discuta o las recicle; quien piense que es pura babosada.
Ajajaja. Babosa. La palabra me recuerda a mi amiga Angie. No, no es que ella sea una babosa. Es que con ella aprendí a usar la palabra. La primera vez que la escuché me pareció muy divertida. No recuerdo si fue a mí que iba dirigida. Solo recuerdo que me provocó una carcajada. ¡Babosa –francamente me encantó la palabra! Viniendo de ella, no era un insulto. Era un comentario jocoso –como la propia Angie. Quizás era la forma en que lo decía… Fue tal el impacto de esa palabra en nuestras vidas que por un tiempo nos referíamos a nosotras mismas como el Club Cactus. Cactus…nopal…baboso.
Pensamientos en cadena: de babosa a Angie y de Angie a Halloween y con ello la imagen viva y a todo color de las muchas fiestas de disfraces a las que asistimos juntas durante los años que vivimos en la misma ciudad. Uno en específico sobresale: el día de Halloween en el que ella se vistió de leona y yo de diablilla. Yo iba pintada de rojo de arriba a abajo, con cuernos, rabo y orejas luciferinas. Ella llevaba puesto un atuendo feroz complementado con maquillaje felino y su propia melena de rizos enmarañados.
Cual sería nuestra sorpresa cuando al montarnos al coche nos encontramos con que alguien, al parecer, había tratado de robarlo. Quizás alertado por nuestras voces, el infractor había huido dejando la puerta abierta y hasta una herramienta que aun colgaba de unos cables de la columna del volante. Alarmadas, llamamos a la policía, que gracias a Dios, no se hizo esperar (sí, porque la precariedad del asunto no nos iba a detener de ir a la fiesta). La primera pregunta que nos hizo el oficial fue ¿van a un baile de disfraces? …¡Ninguna lo dijo, pero ambas lo pensamos!
Una palabra, un recuerdo, una amiga, momentos de una vida capturados en las hojas de una libreta, las entrañas de una computadora o en la página impresa de un periódico, por ese afán intenso de escribir. Por eso escribo. Porque escribir es como viajar en la máquina del tiempo. Porque en un día lluvioso puedo revivir uno soleado y en la soledad re-encontrar compañía. Porque cuando más desamparada me siento puedo evocar un abrazo, volver a escuchar los dichos de mi padre y emanar una sonrisa.
Y vuelvo a sonreír, a llorar, a sufrir y a celebrar la vida. ¿Qué por qué escribo? Porque al escribir me siento viva.
Y a ti, ¿qué te llena, qué te hace vibrar de entusiasmo, qué te hace sentir vivo? Hazle honor a tus talentos, explora tus inquietudes, déjate guiar por la voz del corazón.
A veces me pierdo en la olla de arañas peludas que son las palabras y me dejo intimidar por la lengua del crítico interno que siempre espera algo perfecto desde el principio, desde que trazo el primer rasgo de la primera letra –como si la ‘a’ fuera más perfecta que la ‘z’ –y me pregunto qué importancia puede tener lo que escribo y para quién; si de verdad habrá quien lo lee, de principio a fin; si habrá quien cada mes espere con anhelo a que salga la nueva edición de esta publicación periódica para leer lo que yo haya escrito; quien coleccione mis columnas o quien las asimile; quien las discuta o las recicle; quien piense que es pura babosada.
Ajajaja. Babosa. La palabra me recuerda a mi amiga Angie. No, no es que ella sea una babosa. Es que con ella aprendí a usar la palabra. La primera vez que la escuché me pareció muy divertida. No recuerdo si fue a mí que iba dirigida. Solo recuerdo que me provocó una carcajada. ¡Babosa –francamente me encantó la palabra! Viniendo de ella, no era un insulto. Era un comentario jocoso –como la propia Angie. Quizás era la forma en que lo decía… Fue tal el impacto de esa palabra en nuestras vidas que por un tiempo nos referíamos a nosotras mismas como el Club Cactus. Cactus…nopal…baboso.
Pensamientos en cadena: de babosa a Angie y de Angie a Halloween y con ello la imagen viva y a todo color de las muchas fiestas de disfraces a las que asistimos juntas durante los años que vivimos en la misma ciudad. Uno en específico sobresale: el día de Halloween en el que ella se vistió de leona y yo de diablilla. Yo iba pintada de rojo de arriba a abajo, con cuernos, rabo y orejas luciferinas. Ella llevaba puesto un atuendo feroz complementado con maquillaje felino y su propia melena de rizos enmarañados.
Cual sería nuestra sorpresa cuando al montarnos al coche nos encontramos con que alguien, al parecer, había tratado de robarlo. Quizás alertado por nuestras voces, el infractor había huido dejando la puerta abierta y hasta una herramienta que aun colgaba de unos cables de la columna del volante. Alarmadas, llamamos a la policía, que gracias a Dios, no se hizo esperar (sí, porque la precariedad del asunto no nos iba a detener de ir a la fiesta). La primera pregunta que nos hizo el oficial fue ¿van a un baile de disfraces? …¡Ninguna lo dijo, pero ambas lo pensamos!
Una palabra, un recuerdo, una amiga, momentos de una vida capturados en las hojas de una libreta, las entrañas de una computadora o en la página impresa de un periódico, por ese afán intenso de escribir. Por eso escribo. Porque escribir es como viajar en la máquina del tiempo. Porque en un día lluvioso puedo revivir uno soleado y en la soledad re-encontrar compañía. Porque cuando más desamparada me siento puedo evocar un abrazo, volver a escuchar los dichos de mi padre y emanar una sonrisa.
Y vuelvo a sonreír, a llorar, a sufrir y a celebrar la vida. ¿Qué por qué escribo? Porque al escribir me siento viva.
Y a ti, ¿qué te llena, qué te hace vibrar de entusiasmo, qué te hace sentir vivo? Hazle honor a tus talentos, explora tus inquietudes, déjate guiar por la voz del corazón.
Por: Myrna Raquel Cleghorn
myrna444@gmail.com
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