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8 ene 2014

Voces y Letras del Silencio, Enero 2014

“¿Qué se asemeja a “escuchar” una mano? Tienes que ser sordo para comprenderlo”
Willard J. Madsen
“Discriminación; me llamo Jesús Amílcar y soy sordo”
(Ultima)

A pesar de todo, los que me conocen me ven hablando fluidamente la lengua oral –aunque el tono de la voz esté distorsionada–. No he tenido la necesidad de requerir del apoyo de algún interprete de lengua de señas, y aún si lo hubiese necesitado, en México todavía no es posible contar con este tipo de ayudas, aunque los preceptos normativos así lo indiquen, pues como quiera verse, se están utilizando dos idiomas diferentes.
Afortunadamente, he podido sortear cada una de las barreras comunicativas, en aras del conocimiento y entendimiento, motivado en el simple deseo de trascender más allá de toda frontera. Al no tener audición, aprendí a utilizar ágilmente la vista, para con ello “escuchar” los infinitos ecos sociales, culturales, etc., que rodean al mundo.
Como en incontables –para muchos desapercibidos– casos de personas con Discapacidad Auditiva, crecí en un ambiente netamente oyente. De niño asistí a un Centro de Atención Múltiple, donde las terapias se basaban en el método audio-verbal, es decir, no se utilizaba la lengua de señas; ahí aprendí a hablar, leer, escribir utilizar la lectura labial como recurso para comunicarme con el mundo oyente. De manera paralela acudía a la primaria en una escuela regular, donde afortunadamente encontré apoyo mutuo –docentes y apenas 5 compañeros– y trato equitativo sin excepción, afortunadamente mis notas se reflejaron bien.
Sin embargo, por otro lado no me fue bien en cuanto a la interacción con los demás compañeros, en esto si me solía hallar solo. Una barrera que la mayoría de las veces fui construyendo con el sólo objetivo de evitar seguir siendo blanco de sus burlas y por el miedo e incomodidad que acarrean las constantes preguntas –aunque muchas veces hayan sido sin ánimos de ofender– sobre mi sordera. También contribuyó a acrecentar el grado de timidez.
Pues parecía que el letrero que más atraía la atención a mi persona fue el hecho de ser…¡Sordo!
Así transcurrieron los años, hasta que llegó el momento de probar suerte donde siempre soñé y busqué llegar, sin imaginar, lo difícil que esto representaría, debido a las exigencias que se dan a estas instancias. Hoy por hoy, discretamente, me doy cuenta que tan cerca me encuentro de alcanzar el objetivo de ser…Abogado.
Por ello reafirmo que una vez que llegó la hora de decidir qué hacer con mi futuro, no dudé en anotarme para estudiar la Licenciatura en Derecho.
Afortunadamente el trayecto de estudio ha sido una experiencia grata, con sus debidas altas y bajas –entre compañeros y docentes–, que por todo lo vivido, hoy me es posible sobrellevar sin mayor preámbulo.
De igual forma la ayuda incondicional de los cuasi-colegas en lo referente a compartir los apuntes, o aclarar dudas no “atendidas” al docente, por andar ocupado en la “copiadera del dictado”. Pues a pesar de tener un excelente entrenamiento en lo referente a la lectura labio facial, siempre me pierdo o pierdo una parte del contexto, o bien cuando el mismo profesor, sin querer queriendo, me da la espalda o se pasea por los pasillos del salón, etc., por tanto, necesito aplicarme al doble con el material didáctico y extra investigación.
Por tanto, hoy por hoy puedo afirmar que este giro de 180 grados –en cuanto a experiencia relativa al estudio– me he sentido más sordo que nunca, sobre todo estando frente a un mar de personas oyente, por ejemplo: en las clases teóricas el docente suele recurrir a exposiciones con proyector de datos móviles u otros elementos que ameriten, dejar el salón a oscuras. Dicha situación me condenaba al aburrimiento y por ende, en ocasiones caigo vencido por el sueño.
Aunque en relación a la práctica, no me puedo quejar, debido a la facilidad que tengo para redactar formatos, contratos, describir y traducir conceptos jurídicos complejos; más bien, me dedico a apoyar el trabajo de gran parte de los colegas del grupo, inclusive la he hecho de asesor de proyectos, incluso bajo conocimiento y visto bueno del docente y asesor académico.
Luego entonces, está claro que el sistema educativo imperante, no está acondicionado y mucho menos preparado para atender las necesidades especiales de una persona sorda, donde resulta fundamental la información, conocimiento, y tener en cuenta la voz del individuo sordo, a la hora de aceptar la “apertura”, que desde mi punto de vista no debería llamarse “integración” sino “oportunismo” puesto que para la mayoría de las instituciones esto significa inequívocamente un “ejemplo” de que dicha institución tiene todo lo que puede o debe invitar a muchos otros a seguir el mismo objetivo –estudiar–.
Cuando realmente sabeos que la verdadera integración, se dará en el instante en que se derriben los factores comunicativos, en este caso, que el docente domine la Lengua de Señas o que las Instituciones incluyan a un Intérprete que facilite la interacción mutua (alumno-docente).
Finalmente, la única interrogante que muchos directa e indirectamente me hacen es…si el Derecho es mi auténtica vocación, a sabiendas de los obstáculos que me esperan una vez que logre adentrarme al sistema Judicial, sobre todo, consciente de las vividas en estos años de estudio, entre una sociedad oyente y excluyente.
Les puedo responder, afirmativamente que me habré de recibir –no con honores, por esto del promedio–, sino con el merecimiento de que el esfuerzo y sacrificio invertidos, serán la llave del umbral de un mar de soluciones y futuras oportunidades a las nuevas generaciones de aventureros sordos frente al vaivén de retos y obstáculos comunicativos, sociales e institucionales, que el hombre pone a sus semejantes en su inoperante inconsciencia.
A cada uno de mis estimados lectores y amigos, les deseo un feliz y próspero año 2014.
Hasta la próxima…

Por: Jesús Amílcar Sosa Chí
www.amilsosa.es.tl

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